El corazón de las tinieblas
Conrad, Joseph (1899)
Esta es la novela más conocida de Conrad. Me ha desasosegado mucho leerla, aunque la narración es totalmente elíptica. Sugiere, adivinas, intuyes... Me ha recordado el horror de "El señor de las moscas". No es un libro fácil. Un 9.
Copio aquí una reseña de Alejandro Llano, publicada en Nuestro Tiempo.
El marinero Marlow es el tipo de narrador al que Joseph Conrad (1857-1924) recurre en varias de sus obras. Su presencia como contador de historias produce un maravilloso efecto. Hace que El corazón de las tinieblas –convertida en la novela más famosa de Conrad–
sea un verdadero relato, una ensoñación con tiempo propio. Crea en el
lector una sensación de ser capturado por lo increíble: esa mezcla de
absurdo, sorpresa y aturdimiento que constituye la atmósfera de los
sueños.
El transcurrir de la narración sigue el curso del río Congo. Navegar
aguas arriba nos lleva hasta el foco de las sombras, donde se encuentra
una inesperada luz. El viaje fluvial hacia el corazón de la oscuridad es
una purificación poética por el roce con la crueldad inhumana –cuyo
responsable último es Leopoldo II, rey de los belgas– y con la hostilidad de una naturaleza impenetrable.
En el más remoto lugar navegable se halla el punto en el que la
experiencia interior se hace reveladora. Es lo que persigue todo
escritor y todo lector: encontrar la realidad detrás de una farsa. En
esa habitada devastación está Kurtz, cuyo rescate es el objetivo del
viaje. Pero con lo que allí se tropieza Marlow es con un hombre que se
ha convertido en nada a fuerza de exaltarse locamente a sí mismo. El
centro de las tinieblas, el horror mismo del vacío, es el propio Kurtz,
agente de una compañía de marfil que se ha transmutado en un semidiós
para los nativos. Se ha convertido en un fantasma surgido de detrás de
la nada.
Marlow, que es un hombre leal, lucha por el alma de Kurtz. Sólo se
encuentra con el vacío. Pero esa oquedad le revela a él su humanidad
esencial. La soledad conduce a Kurtz hasta el espanto. A Marlow le
libera de sí mismo y de su propia vaciedad. Antes de morir, Kurtz sólo
consigue exclamar lo único que lleva dentro: “¡El horror! ¡El horror!”.
Marlow puede darse cuenta, al regresar, de que se ha encontrado a sí
mismo. Y el lector experimenta el prodigio de repetir, él también, ese
viaje interior.
Alejandro Llano.