7/23/2014

Familias de matrícula


En La Vanguardia de ayer.

Los padres de cuatro alumnos de currículum excepcional explican cómo educan a sus hijos

Quizás tienen un libro abierto en el regazo mientras el resto de los alumnos miran la pizarra. Son tremendamente curiosos y pueden llegar a ser un estorbo en el aula o aburrirse en clase. Pero tienen un expediente brillante. Superan cómodamente el nueve de media en bachillerato y también en la selectividad. Este año incluso ha habido un diez redondo. Son jóvenes de matrícula, pero, más allá de la escuela y su alta capacidad intelectual, las familias tienen un papel decisivo. Los padres de algunos de los jóvenes que acaban de terminar bachillerato con las mejores notas, y profesionales que evalúan las capacidades de estos alumnos para incluirlos en programas científicos y becas, explican su experiencia. 

Escuela y familia. "Sin ningún tipo de duda, tienen unas cualidades innatas, pero son jóvenes que el sistema no ha estropeado, y por sistema me refiero tanto a las escuelas como a las familias", mantiene Josep Grané. Este catedrático de Matemáticas de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC) y miembro de la Societat Catalana de Matemàtiques lleva 25 años promoviendo y organizando concursos y olimpiadas de matemáticas. Ahora forma parte del comité evaluador de las becas CiMs-CELLEX de ciencias y matemáticas, que cada año financia los estudios de bachillerato internacional a 24 alumnos. Grané ha conocido a varios cientos de estudiantes de matrícula y también a sus padres: "Uno de los problemas que hay es que, en el proceso de escolaridad, se pierden cabezas muy buenas porque la familia o la escuela no saben que tienen a niños extraordinarios", asegura. Y añade que "se va tomando conciencia de que hay que cuidar a la gente buena, pero hay cierta tendencia a desatenderlos en favor del estudiante medio".

Alimentar la curiosidad. "De pequeño siempre mostró interés por cualquier cosa, tuvo una época en la que le gustaba la bolsa y entender cómo funcionaba, también se interesó por el tema médico y pedía ver operaciones de ojos y de corazón", explica José María Amich. Con una media de bachillerato de 9,8, su hijo mayor (también José María) se va dentro de unos días a Harvard. El padre es economista y la madre, médica: "Hemos tenido la suerte de que tanto a él como a su hermano menor les ha gustado estudiar y siempre han sacado buenas notas; nunca les hemos tenido que forzar, pero les hemos apoyado en lo que hemos podido", añade Amich. También viajando o visitando exposiciones. 

"Son jóvenes y son adolescentes, pero todos son extremadamente curiosos y están motivados; cuando les haces pensar, no se quedan sólo en lo que han leído (que es mucho) y memorizado (para lo cual tienen facilidad)", afirma Eva Calvés, directora del programa Joves i Ciències de la Fundació Catalunya-La Pedrera. 

Sin premios por las notas. "Hemos valorado que nuestros hijos sean buenas personas por encima de cualquier otra cosa; nunca les hemos dado ningún premio ni ningún castigo por las notas, eso forma parte de su responsabilidad", mantienen Gemma Garcia y Boris Mir. Ambos profesores de secundaria. Ella, de cultura clásica y él, de música. Ni siquiera forzaron al mayor de sus cuatro hijos, Pau (9,7 de media de bachillerato), a tocar un instrumento. Boris mantiene que el talento natural "es poco" y que la escuela "poco hace ni por arriba ni por abajo". ¿Entonces? "Le hemos dado muchas vueltas y creemos que el ambiente es determinante", responde. En su casa no hay televisión, se escucha mucha música y los niños siempre han visto a sus padres leer. Siempre comen juntos y hablan mucho. Incluso Boris ve con cierto escepticismo los programas para potenciar el talento científico de estos jóvenes: "Además de querer que sean buenas personas, no quiero que mis hijos sufran ni compitan..., la ciencia tiene estas estructuras para desarrollar el talento que no las tienen los músicos u otras disciplinas más artísticas", lamenta. Dice que sus cuatro hijos son curiosos, "pero no tienen ni los mismos intereses ni las mismas fortalezas y cada cual debe desarrollar las suyas". 

Carácter frente a la adversidad. "Si uno tiene capacidades, es fácil que la gente se burle; hay que tener una personalidad muy fuerte para continuar creciendo si el ambiente en la escuela es hostil", mantiene Josep Domingo. Afortunadamente no ha sido el caso de su hijo, ni en la escuela Cim ni en la Escola Pia de Vilanova i la Geltrú, donde cursó el bachillerato. Carles Domingo es el primer alumno que logra en Catalunya un 10 de media de selectividad, la culminación de un expediente académico de 9,95. Según su padre -ingeniero informático, como la madre-, es el resultado de una conjunción de distintos factores: "Sus capacidades, sus buenos compañeros y un ambiente respetuoso (otros tres alumnos también están entre los 25 con mejores notas de este año) y haber encontrado espacios y actividades en las que ha podido desarrollar su potencial". Carles es de los alumnos que siempre han querido saber más. "Y eso está bien, pero los exámenes no lo son todo; como padres siempre hemos querido que nuestros hijos, ante todo, sean felices, porque finalmente la inteligencia sirve para ser más feliz; criar hijos no es entrenar a caballos de carrera". 

Una dosis de frustración. "Carlota fue siempre una niña de sobresalientes y no se pasaba más horas estudiando que sus compañeras; en parvulario un profesor nos dijo que un día ya tropezaría...", recuerda Cristina Alcántara. Y ese día llegó, aunque bastantes años después, en primero de bachillerato cuando su hija Carlota -que por entonces ya había sido seleccionada para el programa Joves i Ciència y había conseguido una beca CiMs-Cellex para cursar el bachillerato internacional en el colegio Aula de Barcelona- suspendió su primer examen: un 4 en física. "Eso también fue una enseñanza; hasta entonces, sacar menos de un 9 era una mala nota para ella, y con ese suspenso supo lo que era no llegar", dice su madre. No fue fácil y lo pasó mal, pero la perseverancia y las capacidades le permitieron superarlo, y de qué manera. Carlota ha terminado el bachillerato con una media de diez en física y ha representado a España en la Olimpiada Mundial de Física que acaba de celebrarse en Kazajistán. 

También cierta dosis de desmotivación, aunque no se reflejara en el expediente, la vivió José María Amich, a finales de la ESO. Tras visitar a un psicólogo, y acorde a su alta capacidad intelectual, en la escuela diseñaron para él un plan de estudios alternativo: "Hacía lo mismo que el resto, pero preparaba trabajos para subir nota", explica. 

Los años cruciales. "Hacia los trece años, al principio de la ESO, es el momento en el que de alguna forma los profesores tienen que detectar el potencial de algunos alumnos y proporcionarles herramientas para que lo desarrollen", mantiene Grané. En ocasiones no son los profesores, sino los padres, los que instan a los docentes a presentar a su hijo a un programa específico o a una beca. "He visto padres de todo tipo; desde los que desconocen el potencial de sus hijos y se limitan a dar respuesta a sus peticiones, a los que están más motivados e informados que los profesores de secundaria de sus hijos y también los que les fuerzan a presentarse, pero eso siempre es malo", mantiene Josep Grané. Con él coincide Eva Calvés. "Si no hay una motivación propia del estudiante, es muy difícil que alcancen ese nivel de excelencia; por eso nos fijamos más en la entrevista personal con los jóvenes que en sus notas, que no siempre reflejan la capacidad del alumno", añade Calvés. Porque un notable en un centro puede ser un sobresaliente en otro o porque un sobresaliente puede no tener detrás las dosis de interés y gusto por el trabajo de algunos notables. 

La acampada científica. Y la motivación lleva a estos jóvenes a coincidir y conocerse en programas como el de Joves i Ciència, de la Fundació Catalunya-La Pedrera, desde el que los animan a participar en olimpiadas científicas de biología, matemáticas o física. "Estamos en permanente contacto con organizaciones de Israel, donde se hacen muchos concursos, conferencias y encuentros de alumnos de este perfil", explica Lluís Farrés, director de Conocimiento e Investigación de la fundación. También participan en la Intel ISEF, la feria de trabajos de investigación preuniversitaria más grande del mundo que se celebra cada año en Estados Unidos (este año dos candidatos de la fundación han obtenido premios en esta feria). Joves i Ciència arrancó en el 2008 y el programa dura tres años (de cuarto de ESO a segundo de bachillerato). Cada año reciben 900 solicitudes (a través de las escuelas) y escogen a 50 candidatos: "Tiene tanto éxito que hace dos años lanzamos otro programa para estudiantes de bachillerato: Bojos per la Ciència". 

Cuando los mejores se juntan. Al contrario de lo que el estereotipo dicta, el estudiante de este nivel de excelencia no es una rata de biblioteca. Tienen unas inquietudes y capacidades que van más allá de la memorización o del estudio compulsivo y también unas habilidades sociales. Estudian música, hacen deporte, salen con los amigos... "Pero muchas veces sí se encuentran solos en clase o se les considera los 'bichos raros' y no preguntan todo lo querrían para que no les señalen más", dice Eva Calvés. 

Por eso, cuando conviven quince días en la primera fase de Joves i Ciència, se encuentran por primera vez rodeados de otros jóvenes que son iguales que ellos "y se establece una complicidad, y en cierto modo una rivalidad y un respeto, que les ayuda a desarrollarse", apunta Calvés. En el caso de Carlota, "era una niña más bien tímida pero se ha vuelto más segura; sabe que si quiere una cosa es ella la que tiene que abrirse las puertas", mantiene Cristina Alcántara. 

Padres, de profesión... "Suelen ser profesionales liberales y también hay muchos profesores; el éxito depende del crío, pero todos tienen detrás un gran apoyo familiar", mantiene Grané. Tienen en común el conocer, respetar y satisfacer las inquietudes de sus hijos. Sean de matrícula

o no.