Vuelvo sobre el tema, con un artículo de Josep Ignasi Saranyana, aparecido el domingo en La Vanguardia. No puedo estar más de acuerdo. De aquí a unos años, no sé cuantos, los humanos se avergonzarán de haber haber hecho leyes pro aborto, como nosotros nos avergonzamos de la época esclavista.
"Una nación que obstaculiza el nacimiento de los concebidos, es una nación que socava sus propios fundamentos. He aquí una afirmación rotunda y casi populista. Sin embargo, no temo provocar al proferirla, porque lo mismo hacen, sin calcular todas sus consecuencias, quienes se oponen a ella.
En la historia ha habido de todo en este tema; incluso han coexistido posiciones contrarias en un mismo ámbito, como en el helenismo, donde los seguidores de Hipócrates compartían mesa con los abortistas. En un asunto tan delicado, los cristianos se empeñaron desde primera hora en luchar contra las crueles costumbres del imperio romano, que toleraba echar al Tíber los niños no deseados. Durante siglos, los creyentes se han mantenido firmes en su posición, a pesar de los altibajos de la civilización. Es oportuno citar un texto de Tertuliano, cristiano a fines del siglo II, criticando la práctica abortiva, tan extendida en el imperio.En su Apologeticum decía: “No hay diferencia entre matar al que ya nació y desbaratar lo que se apareja para nacer, pues también es hombre lo que comienza a ser como fruto de aquella semilla”.
Cuando las cosas parecían ya resueltas o por lo menos se creía amortiguado el espíritu abortista, este ha rebrotado con fuerza hace cien años. No hay victorias definitivas en la historia. Recordemos el caso de la esclavitud, que se suponía erradicada a comienzos del siglo XV y se reavivó con una crueldad inimaginable con los descubrimientos geográficos.
La famosa sentencia del Constitucional español, de 1985, se refería a dos derechos: del concebido (derecho a nacer) y de la madre (derecho a la buena fama, salud y otras cosas, pero no a matar). Y añadía que, cuando parece que los derechos de ambos se contraponen, es decir, cuando se considera que hay colisión entre las dos vidas protegibles, podrá prevalecer, en determinados casos, el derecho de la madre al derecho del concebido.
Pues bien, es aquí donde irrumpe la Iglesia con una posición muy diferente: ella estima que siempre hay que defender los dos derechos. La vida va siempre por delante, hasta donde se pueda y tanto como se pueda. Jamás provocar directamente la muerte del más débil. ¿Difícil? “Donde no hay batalla, no hay cristianismo”, como decía Benedicto XVI."