Este poema siempre me emociona. Es la esencia de la Navidad.
La visitadora
Era Belén y era Noche buena la noche.
Apenas ni la puerta crujiera cuando entrara.
Era una mujer seca, harapienta y oscura
con la frente de arrugas y la espalda curvada.
Apenas ni la puerta crujiera cuando entrara.
Era una mujer seca, harapienta y oscura
con la frente de arrugas y la espalda curvada.
Venía sucia de barro, de polvo de caminos.
La iluminó la luna y no tenía sombra.
Tembló María al verla; la mula no, ni el buey
rumiando paja y heno igual que si tal cosa.
La iluminó la luna y no tenía sombra.
Tembló María al verla; la mula no, ni el buey
rumiando paja y heno igual que si tal cosa.
Tenía los cabellos largos color ceniza,
color de mucho tiempo, color de viento antiguo;
en sus ojos se abría la primera mirada
y cada paso era tan lento como un siglo.
color de mucho tiempo, color de viento antiguo;
en sus ojos se abría la primera mirada
y cada paso era tan lento como un siglo.
Temió María al verla acercarse a la cuna.
En sus manos de tierra, ¡oh Dios!, ¿qué llevaría?...
Se dobló sobre el Niño, lloró infinitamente
y le ofreció la cosa que llevaba escondida.
En sus manos de tierra, ¡oh Dios!, ¿qué llevaría?...
Se dobló sobre el Niño, lloró infinitamente
y le ofreció la cosa que llevaba escondida.
La Virgen, asombrada, la vio al fin levantarse.
¡Era una mujer bella, esbelta y luminosa!
El Niño la miraba. También la mula. El buey
mirábala y rumiaba igual que si tal cosa.
¡Era una mujer bella, esbelta y luminosa!
El Niño la miraba. También la mula. El buey
mirábala y rumiaba igual que si tal cosa.
Era en Belén y era Noche buena la noche.
Apenas ni la puerta crujió cuando se iba.
María al conocerla gritó y la llamó «¡Madre!»,
Eva miró a la Virgen y la llamó «¡Bendita!».
Apenas ni la puerta crujió cuando se iba.
María al conocerla gritó y la llamó «¡Madre!»,
Eva miró a la Virgen y la llamó «¡Bendita!».
iQué clamor, qué alborozo por la piedra y la estrella!
Afuera aún era pura, dura la nieve y fría.
Dentro, al fin, Dios dormido, sonreía teniendo
entre sus dedos niños la manzana mordida.
Afuera aún era pura, dura la nieve y fría.
Dentro, al fin, Dios dormido, sonreía teniendo
entre sus dedos niños la manzana mordida.
Antonio Murciano, 1929