Esto pienso muchas veces al leer algunas noticias, o ver comportamientos de algunos legisladores. Copio aun artículo de Pilar Rahola aparecido hoy en La Vanguardia.
Laicidad y cristianofobia
Pilar Rahola
Pilar Rahola
Lo planteaba Daniel Arasa, en el 59 segundos de TVE. No es lo mismo la laicidad que la fobia al cristianismo. Creo que este es el elemento diferenciador entre una sociedad que intenta vivir adecuadamente con sus dioses, y una sociedad que va a la caza de sus propias señas de identidad religiosas. El tema no es nuevo en esta humilde esquina donde cohabitan, en estrecha hermandad, mis muchas dudas y mis pocas certezas. Y por ello mismo, me parecen pertinentes estas fechas para intentar ahondar un poco más en tan espinoso tema. ¿Estamos viviendo la culminación de un lógico proceso de separación entre lo cívico-público y lo privado-religioso? O, aprovechando el Pisuerga, ¿estamos sufriendo una especie de revanchismo anticatólico, cuya furia intenta arrasar con cualquier signo que recuerde vagamente nuestra identidad religiosa? Sería algo parecido, si me permiten la incorrección política, a la diferenciación que hay entre la lucha por los derechos de la mujer (es decir, la lucha por una sociedad más justa e igualitaria) y el revanchismo feminista contra el hombre, que haberlo, también haylo... Lo primero, en ambos casos, tiene que ver con los derechos y la convivencia. Lo segundo tiene que ver con los odios, los prejuicios y la imposición. Y lo uno no casa con lo otro, aunque se proteja con el mismo paraguas argumental. En otro artículo escribí que éramos, colectivamente, una sociedad laica de tradición católica. Individualmente podemos ser muchas más cosas. Pero si algo resulta inapelable es que la identidad de Catalunya tiene que ver con sus santos, sus creencias, su cultura religiosa ancestral, y que esa identidad nos ha forjado, también, en nuestros valores sociales. No sólo somos judeocristianos en el sentido de la trascendencia espiritual. Lo somos, también, en el sentido cívico, no en vano partimos de esos diez mandamientos que forjaron históricamente un auténtico código de convivencia. Si, además, nos ponemos épicos, no podemos olvidar el papel de la Iglesia catalana, como garante de nuestra identidad lingüística y cultural, y su defensa de los valores democráticos, en épocas muy difíciles. Por supuesto, también hubo fascistas con sotana, en la misma proporción que hubo fascistas de izquierdas que mataban y perseguían a gentes de iglesia. Pero, más allá de las lamentables contingencias históricas, la Iglesia catalana ha sido, tradicionalmente, culta, democrática y cívica. Y aún más allá, la tradición católica, guste o no, nos ha definido como país. Esta obsesión por hacer desaparecer todo signo católico no sólo es la manifestación de un gusto evidente por la censura y la imposición del prejuicio, es también un intento de capar nuestra identidad histórica. No nos equivoquemos. La laicidad es un concepto democrático. Pero la cristianofobia, en cambio, sólo es otra burda, malvada y triste expresión de intolerancia.