Leyendo esta esta entrevista, pensaba: me gustaría ser amiga de esta mujer. Optimista por naturaleza, pero no de un optimismo vacío y tonto, sino que sabe sacar a su trabajo todo el jugo que tiene, buscando también la forma de hacerlo compatible para ayudar a los más desfavorecidos. Y sin darse importancia. La publica hoy La Vanguardia.
Toda la vida rodeada de ojos.
Sí, mi hermano y yo bajábamos con mi padre al quirófano y lo veíamos operar. Una vez cogí un globo ocular del banco de ojos e hice un trasplante de córnea. Cuando estuvo cosido, me pareció que había quedado fantástico...
¡...!
Como estaba muy orgullosa, lo envolví en una gasita y lo subí a casa para enseñárselo a mi padre a la hora de cenar. Pero lo olvidé sobre la mesa del comedor y lo encontró mi madre, que se pegó un susto de muerte cuando desenvolvió aquel paquetito y se topo con un ojo que la miraba.
Casa y clínica en un mismo edificio.
De hecho, crecí dentro de la clínica. Allí estaban el piso de mis abuelos y el de mis padres, así que a diario pasaba entre los pacientes cuando volvía del colegio. En aquella época venían muchos árabes. Entre ellos, varios jeques por año.
¿Con sus turbantes, sus pedruscos, su séquito y sus mujeres envueltas en tules?
Sí, y yo tenía la sensación de que habían venido los Reyes Magos. Se instalaban un mes en una habitación especial, dos suites juntas, que tenía mi abuelo para ellos.
La clínica Barraquer era famosa por sus dos puertas.
Desde su inauguración, en 1941, siempre ha sido una clínica privada en la que el pobre ha sido atendido igual que el rico. Al inicio unos accedían por la entrada del dispensario y otros por la entrada de la clínica.
La filosofía de ayudar al necesitado no ha variado.
Al contrario, para ampliar esta acción a personas todavía más necesitadas y en países donde no existe una sanidad adecuada, en el año 2003 mi hermano, mi padre y yo creamos la fundación.
¿Con qué fondos?
El capital inicial fue la venta de un coche antiguo, un Mercedes Turbo de mi abuelo del que sólo había tres en el mundo.
¿Recuerda su primer viaje solidario?
Fue en 1979, trabajaba como investigadora en Washington y un grupo de oftalmólogos me invitaron a acompañarlos a Haití a visitar a los niños, y sus familiares, de una escuela. Aquello me abrió el horizonte.
Cuénteme.
Me impactó la dureza de lo que vi, y me di cuenta de la cantidad de gente a la que puedes ayudar haciendo simplemente lo que sabes hacer. Si operas a una persona de cataratas, no solamente mejoras sus condiciones de vida, sino la de todos los miembros de su extensa familia a quienes podrá cuidar.
¿Qué ha aprendido?
Lo poco que se necesita para vivir feliz. No podemos basar la felicidad en lo que nos ocurre fuera, debe venir de dentro. Cada uno debe buscar objetivos que él mismo pueda realizar, que no dependan de jefes, empleados, maridos, esposas o hijos, porque se pueden quedar por el camino.
...
No somos africanos, no vivimos como ellos, pero los valores básicos son los mismos y ellos saben disfrutarlos. Hace una semana recibí una carta que me hizo llorar.
¿Quién se la enviaba?
Un chico de trece años que operé en Camerún. En la carta me daba las gracias porque ya no se caía por la calle, podía ir al colegio y escribir. Esas pequeñas cosas son para mí una fuente inmensa de satisfacción, y es algo que puedo dar con mis manos y un poco de ayuda tecnológica. Creo que si todos aportáramos un granito de arena, una semana al año para dar lo que sabemos a los demás, el mundo cambiaría.
¿Es su utopía?
Es una realidad, sobre todo en el caso de los médicos. Si todos los oftalmólogos diéramos esa semana de nuestro tiempo, se solucionaría el problema de la ceguera en África. La catarata, que es la principal causa de ceguera, es fácilmente resoluble.
Opera usted a los más ricos y a los más pobres, ¿qué les diferencia?
Los más pobres suelen ser más agradecidos. Recuerdo a una anciana a la que operé de cataratas. Estaba en la puerta del hospital, con su hija y su nieto, gritando y gesticulando como una loca. Me acerqué para preguntar qué pasaba. "Nada malo, señora, está contenta: es la primera vez que ve a su nieto".
Entiendo su entusiasmo.
Yo no opero en África por generosidad, sino por egoísmo, porque recibo mucho más de lo que doy. Creo que lo mejor que puedes tener en esta vida es el cariño de las personas.
... Y un trabajo que te llene.
Mire este papel plastificado, siempre me acompaña, es una cita del productor de cine Samuel Goldwyn: "Nadie a quien le entusiasme su trabajo puede temer nada de la vida". Si cada persona hiciera su trabajo lo mejor posible, y no hay trabajo que no sea necesario, no estaríamos en esta crisis.
... Y con alegría.
Si lo haces bien, con ganas, entusiasmo y corazón, ya tienes la sonrisa puesta en la cara todo el día, porque estás disfrutando. Y nos pasamos más horas trabajando que haciendo cualquier otra cosa.
Usted podría haberse quedado tranquilamente en la clínica de su padre.
De pequeña me llamaban "rabo cortado de lagartija". Tenía inquietudes y me fui becada a hacer investigación, y una cosa me llevó a otra.