No soy detractora por sistema del arte contemporáneo. Pero me ha hecho mucha gracia la destrucción irrecuperable de la obra de no-se-quien por la señora de la limpieza. Es un hecho que la historia, antes o después, pone a cada uno en su lugar. Yo veo de más categoría en este caso el trabajo de la limpiadora, que la del artista. A ésta la contrataría, y al otro no le dejaría poner un pie en mi casa por si acaso.
Copio un artículo de Pilar Rahola, aparecido hoy en La Vanguardia.
"Era una especie de torre a base de tablones de madera enganchados de
forma aleatoria, que simulaban algo parecido a un andamio. Ningún
atisbo de sutil creación. Incluso había carteles pegados, como uno que
ponía "reparación", acompañado de un baño de albañil que presentaba unos
restos de yeso diseminados en su interior. Las maderas estaban a medio
pintar, con trazos de pintura levantada y restos de cal. Cuando la mujer
de la limpieza vio ese cachivache destartalado en un rincón debió
pensar que algún trabajador descuidado había abandonado todos esos
tablones y se puso a limpiar la cal que había esparcida. Usó el cepillo y
la lejía y le puso un esmero digno de la medalla al mérito en el
trabajo. Y a la pobre le costó lo suyo quitar la cal. Pero fregó y fregó
y ni por asomo se imaginó tan diligente trabajadora que estaba
limpiando la obra Wenn es anfängt durch die Decke zu tropen (Cuando empieza a gotear el techo) del gran provocador y artista del Neue Wilde alemán Martin Kippenberger, muerto en 1997. Y así, a golpe de estropajo culpable, la buena señora se cargó una de las piezas más insignes del Museo Ostwald de Dortmund, valorada en 800.000 euros.
"Irrecuperable", sentenció apesadumbrado el conservador del museo.
Cuando fue interrogada, la pobre limpiadora explicó que no sabía que
aquello era arte y que pensó que eran unos tablones puestos allí para
arreglar una gotera. El episodio recuerda la también limpieza de la
famosa Mancha de grasa de Joseph Beuys en la Academia de las Artes de
Düsseldorf, que quedó reducida a la nada. Y así, por arte de cepillazo
limpiador, las dos obras perdieron su sentido inicial y pasaron a formar
parte del anecdotario del arte. En el caso de Kippenberger la cosa
tiene su gracia porque probablemente este gran provocador consideraría
que la anécdota forma parte de la propia obra, y es posible que
incluyera el cepillo de la mujer de la limpieza en el conjunto de
tablones. No olvidemos que fue el artista que levantó las iras del
Vaticano cuando presentó, en el Museo de Arte de Bolzano, a una rana
crucificada. Kippenberger alegó que se trataba de una alegoría de la
"angustia humana", pero la rana y las explicaciones del artista no
convencieron al Vaticano, que incluso llegó a despedir a la directora
del Museo. Y si una rana representa a la angustia humana, el cepillo de
la limpiadora de Dortmund debe representar a la humanidad entera.
Esperemos que por ello, pues, la mujer no pierda el trabajo, porque al
fin y al cabo ha demostrado un celo digno de admiración. Y además, ¡qué
puñetas!, no se trata de un cepillo contra el arte, sino de un cepillo
que quizás ha dado sentido a un arte con poco sentido. Porque, seamos
sinceros, a algunas obras de arte sobrecargadas de tonterías posmodernas
y de auténticas alucinaciones mentales, les iría bien un buen cepillo y
una limpiadora como esta."