11/24/2012

Campaña electoral en Catalunya



Creo que nunca he asistido a una campaña donde se ha vertido más mierda. Qué asco. La he seguido poco, porque creo que los que más o menos estamos al día, contrastamos opiniones sin estar pre-ideologizados por la afiliación a un partido, y por lo tanto no tenemos el voto predeterminado, no las necesitamos. He seguido los titulares de prensa, y leído en La Vanguardia, que es el periódico al que estoy suscrita, las opiniones de los periodistas que me merecen respeto por su rigor. Uno de ellos es Fernando Ónega, voz habitualmente discordante en este periódico y para nada pro-CDC. Sus apreciaciones siempre me parecen, por lo menos, no oportunistas, que ya es mucho. Copio su artículo de hoy en La Vanguardia.



Catalunya y la otra opinión publicada

Me dicen que no son representativos. Me aseguran que quienes escriben a las páginas web de la prensa son los más politizados y a veces radicales. Me da igual. Me confieso lector de sus escritos. Y me parecen un fenómeno que la autoridad debería seguir para conocer los estados de opinión, por parciales que puedan parecer. Este mismo diario La Vanguardia acoge miles de escritos de sus lectores en su web. Algunos días los comentarios superan los tres mil. Aunque se amparen en la impunidad del seudónimo, son la conciencia crítica, la calificación urgente y a veces censura cruel de quienes tenemos por oficio narrar o comentar la actualidad. Son la otra opinión publicada.

Durante las últimas semanas, para este cronista han sido una especie de campaña electoral paralela, llena de magníficas enseñanzas. He sufrido la humillación de verme calificado de cronista que entiende el hecho catalán y pasar a considerarme parte de la caterva de Madrid que no entiende a Catalunya. Artur Mas, el partido que le respalda y demás fuerzas soberanistas pueden estar tranquilos: no es habitual encontrar tal disposición a defender una idea ni tanta gente dispuesta a actuar de guardián de sus esencias ideológicas. Hay comunión entre ellos. Hay empatía. Si esos comentaristas de internet fuesen la base de un sondeo demoscópico, se podría concluir que el independentismo es absolutamente mayoritario.

Y del examen de todo lo que han escrito estas semanas, me atrevo a obtener tres conclusiones. La primera es la escasa disposición a tomar nota de los avisos empresariales de abandonar Catalunya si llega a la independencia: "Prefiero ser pobre a no ser libre", escribió un internauta al comentar unas palabras del editor Lara. La segunda, el rechazo a los anuncios de cataclismo económico: la idea del Estado propio como solución, y además urgente, se impone a todas ellas. La tercera, la influencia de los agravios históricos: está tan asumida su existencia, que una mínima duda expresada sobre la certeza o falsedad del mantra España nos roba, por ejemplo, es recibida como un agravio más o un desconocimiento de la historia por parte del autor.

Podría seguir indefinidamente, desde la sensación lejana de que se ha levantado un muro entre los razonamientos del Estado español y una parte de la sociedad catalana, y ese muro es ahora mismo infranqueable. Pero creo que no hace falta. Sólo tengo una conclusión final: si los lectores que escriben a La Vanguardia son representativos, el independentismo es mucho más fuerte de lo que piensan en la Moncloa.

Y conste para reflexiones de futuro: no muestra ninguna disposición a ceder.