2/25/2011

Gadafi: ganas de vomitar

  
 
 
Así titula T. Ben Jelloun un artículo sobre Gadafi y su poder en Libia, que no suelta. Antes está decidido a acabar con los libios. Lo copio aquí. ¡Ya podemos rezar por esta pobre gente!

Cuando se llega a Libia, desde el aeropuerto, uno se siente transportado a los antiguos tiempos de los países del Este, totalitarios. Una policía recelosa, numerosa, de uniforme o de paisano. Uno siente que ha llegado al país imaginado por George Orwell y Franz Kafka juntos. Todo es fingido, absurdo y extraño. Uno se siente espiado, vigilado. La primera noche que pasé en el hotel fue una noche en blanco. Imposible conciliar el sueño.

Sin los auxilios de la embajada de Francia que me acogió no habría podido permanecer en este país que me dio migrañas y ganas de vomitar. Esas cosas las siente uno pero no siempre las explica.

La segunda cosa a destacar es el estado de inmovilismo del país. Todo ha quedado paralizado en la fecha fatídica del 1 de septiembre de 1969, día en que un joven coronel del ejército dio un golpe de Estado y se hizo con el poder. La gente está triste, como resignada, sin energía. No hay Estado, no hay gobierno, no hay elecciones, ninguna vida política tal como la conocemos en el mundo. Pero está Muamar el Gadafi, el hombre providencial, el hombre que ha que ha disuelto el país en una marmita de brujo. Ya no existe nada. Incluso el Corán ha sido sustituido por otro libro, el Libro verde que contiene los pensamientos del gran jefe. Es la Constitución, la Biblia, la referencia única y suprema del país.

Conseguir poner de rodillas a todo un pueblo, hacerle avalar afirmaciones extravagantes e irracionales, mantenerlo en la ignorancia y la pobreza, eso es lo que ha conseguido este hombre en el poder durante 42 años y que jamás ha dudado en masacrar cualquier intento de oposición. Sin periodistas, sin testigos, es el dueño absoluto y arrogante. A menudo se han evocado sus problemas psíquicos. No hace falta ningún análisis profundo para darse cuenta. Basta con observarlo: su narcisismo es patológico, su egocentrismo es patético y su arrogancia es terrorífica. Podría haber seguido la suerte de un Sadam Husein tras ser implicado en dos atentados contra aviones civiles que costaron la vida a un total de 440 personas (el Boeing de PanAm, que explotó sobre Lockerbie el 21 de diciembre de 1988 con 270 pasajeros; y un avión francés de la UTA que estalló sobre Níger el 19 de septiembre de 1989 con 170 pasajeros). Tras ser condenado por varias resoluciones de la ONU y haber sufrido un boicot durante varios años, decidió entregar a los agentes reclamados por los investigadores e indemnizar a las familias de las víctimas.

Fue maligno, se apresuró a aceptar todo lo que pedían los americanos y pagó 2.700 millones de dólares para reparar la desgracia que sus agentes habían causado. Hoy es su hijo Saif el Islam quien aparece en la televisión y promete "ríos de sangre" a los manifestantes. En la mañana del 21 de febrero se contaban 233 muertos (no existen cifras precisas, son estimaciones de Human Rights Watch) y seguirán más muertes porque el hijo, como el padre, son bárbaros que no conocen más que la ley de la sangre, la represión feroz y la impunidad.

En este punto es cuando deberían intervenir los líderes de los países occidentales que hacen negocios con Libia. Se han oído aquí o allá condenas e inquietudes. Pero ya basta de Silencio, se mata.Eso es lo que ha sucedido en el momento que escribo estas líneas en Bengasi, en Trípoli, en El Beida. En la matanza habrían participado mercenarios.

Si Gadafi ha dado la orden de matar es porque sabe que está condenado, que pronto o tarde deberá dejar el poder y el país, incluso si su hijo promete dotarlo de una Constitución. Lo sabe tan bien que sólo marchará después de haber masacrado al máximo de libios posible. Es un hombre trágico, se defiende como si alguien hubiera atacado su propia casa. Porque Libia es su casa, su tienda, su posesión personal. No entiende cómo se ha osado contestar lo que él considera su bien propio. Mientras mata no existe ninguna noción de derecho ni de lo que es legítimo o no. Toda su vida ha vivido fuera de cualquier ley internacional, nada jurídico le alcanza. Está por encima de las leyes y aplasta con armamento pesado a los manifestantes que reclaman vivir con dignidad, libertad y democracia. Son valores que no forman parte de su universo. En su Libro verde ha inventado una nueva forma de reinar y de someter al pueblo dando la impresión que es autogestionario de su destino. Una mentira, una vergüenza.

  T. BEN JELLOUN, escritor, miembro de la Academia Goncourt